El Monje

 

Hoy os voy a desvelar un episodio inédito de mi biografía, es algo que jamás he contado pero creo que ya ha llegado el momento.

Hace unos años quedé desencantado con el mundo moderno así que decidí meterme monje, no fue fácil porque ninguna orden quiso acoger a un tipo como yo entre sus acólitos, finalmente en un monasterio perdido en medio de las montañas de una recóndita región me aceptaron como aprendiz.

Al hacer la entrevista con el prior me puso al día de los votos de su orden, además de los clásicos de obediencia, castidad (este no me costó mucho, la verdad, a eso ya estaba acostumbrado) tenían el voto del silencio, a cada monje sólo se le permitía decir dos palabras al año.

Me costó mucho adaptarme a ese tipo de vida, rezar, trabajar en el huerto y cuidar de los animales en el más absoluto silencio, pero casi sin darme cuenta, pasó el primer año, así que el prior me llamó a su despacho y me dijo:

-“Querido hermano, ya llevas con nosotros un año y tienes derecho a decir tus dos palabras”.

-“COMIDA MALA” dije yo.

Llegó el invierno, después la primavera y poco a poco entre rezos y trabajo volvió a pasar otro año en silencio, así que de nuevo el padre prior me volvió a llamar a su despacho:

“¿Cuáles son tus dos palabras de este año?”

-“CAMA DURA”

Vuelta otra vez a la rutina, aquella vida cada vez se me estaba haciendo más cuesta arriba, así que al finalizar el tercer año y presentarme delante del prior, le dije:

-“ME VOY”

El prior me miró con cara de desaprobación y muy indignado me dijo:

“¡¡¡No me extraña, si no has hecho más que quejarte desde que llegaste!!!

Y colorìn colorado, este cuento se ha acabado.

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