Beltza




 

Esta historia la escribí viviendo en San Felizes de Agüero en 2014, la he encontrado hoy revisando las historias antiguas que tengo escritas, es muy triste y aunque le intenté meter algún chiste, no conseguí que quedara graciosa porque lo que cuento es una mala experiencia.

A partir de aquí está copiada tal y como la escribí en su día, no he cambiado ni una coma, la iba a titular El Amor de una Bruja 3, porque fue consecuencia directa de la puta maldición que yo acabara en ese pueblo viviendo, pero mi perrito se merece un recuerdo y por eso la he titulado con su nombre.

BELTZA

Hoy os iba a hablar de mi mejor amigo, no me juzga, no me pide favores, no me pide ni me deja dinero, siempre está dispuesto a una buena juerga, escucha atentamente todos mis problemas y nunca jamás opina, no puede hablar con palabras porque es un perro…se llama Scooby.

Decía que os iba a hablar de él y del día que nos conocimos, pero las cosas no son tan sencillas, las historias se encadenan unas con otras y sería injusto no hablar de toda la gente que llegamos a ser en aquella época, lo que yo llegué a llamar Mi Tribu.

La historia empieza cuando me encontré a Beltza viviendo en Lleida, esto creo que ya os lo conté en su día, era un cahorro viviendo en una acequia de riego sin haber tenido contacto con los humanos, de tal manera que no se dejaba coger y lo tuve que cazar con un lazo, luego llegaron Sua y Gorri, perros abandonados que fui recogiendo por las carreteras, por último apareció Scooby, ya era grande cuando me lo encontré así que no sé que edad tiene, pero lleva tres años conmigo y sigue siendo un cachorro.

Los más viejos del lugar recordareis que por entonces tenía gallinas y plantaba tomates, pero lo que no tenía era dinero para mantener a cuatro perros, así que con pena de mi corazón tuve que llevar a Sua y Gorri a la protectora (¿que habrías hecho tú en mi situación?).

Lo que pasó después tengo intención de escribirlo en detalle porque tiene tela marinera, (incluye una exnovia bruja y una maldición), pero hoy quiero centrar la historia en los animales, así que voy a darle hacia delante rápido y empezar unos meses más tarde viviendo ya en San Felices en casa de mi colega.

Las primeras que murieron fueron las gallinas (las únicas hembras de Mi Tribu), es curioso cómo son las gallinas, las tenía sueltas en un terreno de más de 1000 metros y a ellas aún no les parecía suficiente, así que cuando salían a explorar el pueblo las fueron matando una por una los perros del vecino, esto no me creó mucho trauma porque ya se sabe que las hembras en la manada son sustituibles (como me va la marcha, jeje), lo que pasó después ya es harina de otro costal.

De Beltza tengo que contar que era un perro tímido, como su nombre acaba en A y era tan miedoso, todo el mundo se pensaba que era una perra, así que le llamaba Mi Perrita

Era invierno, como casi todos los días me había levantado pronto y me había puesto a trabajar en la casa, por entonces estaba haciendo el baño que está en el primer piso, así que para cortar las baldosas con la radial y no poner todo perdido de polvo me había montado una mesa en la calle, los perros siempre estaban alrededor haciendo sus cosas de perro, así que no les prestaba mucha atención.

Uno de los viajes al salir a la calle me encontré a Beltza tieso como un palo, con espasmos y la boca llena de espuma, dejé lo que llevaba en las manos y me fui corriendo hacia él, tenía los ojos vidriosos y no reaccionaba a nada de lo que le hacía, el pueblo más cercano está a seis km y no tenía vehículo ni teléfono ni manera de pedir ayuda a nadie.

Esto pasó al mediodía, me senté al lado del perro y le hice todo lo que se me ocurrió, le dí leche, le metí los dedos para que vomitara,no podía hacer nada mas que sentarme a su lado hablándole mientras lo acariciaba intentando que dejara de temblar.

Fueron pasando las horas y la situación no cambió, al llegar la noche me fui a dormir dejándolo en los pies de la cama tapado con una manta, me puse el despertador y cada dos horas me levantaba para ver cómo estaba, a las 4 de la mañana me lo encontré muerto.

Por la mañana me levanté tarde, apenas había dormido y el día era triste y gris, el pobre perro estaba tieso como si estuviera disecado, cogí una pala fanguera, lo llevé a la parte de atrás de la casa y me puse a cavar un agujero, el suelo estaba congelado y duro como una piedra, cuando todavía no había hecho casi agujero hice un mal movimiento y me dio el lumbago.

No puedo describir con palabras la sensación de impotencia que sentí en ese momento, cualquiera que me habría visto habría pensado que era un loco, con el perro alzado por encima de mi cabeza y gritando a un dios inexistente:

-“¡¡¡ESTARÁS CONTENTO!!!, ¿QUE DAÑO TE HABÍA HECHO EL PERRO?

Hay un libro de Alberto Vazquez Figueroa que se llama La Iguana, va de un tipo al que llaman La Iguana Oberlus de lo feo que es, pero siempre se sobrepone a los problemas y cuando está metido en líos y de mala hostia grita al cielo desafiando a Dios, cada vez que me acuerdo de aquel día, no sé porqué, me acuerdo de él…

Como ya no podía seguir cavando con el lumbago, metí al perro en el pequeño agujero que había hecho y busqué piedras para hacerle una tumba india, las fotos que veis al lado de este folletín lacrimógeno son de ayer a la mañana que fui un rato a contarle mi vida mientras me fumaba un cigarro sentado en una piedra y a decirle que no le olvido, a juzgar por las fotos, Scooby parece que tampoco.

Ese día encontré en la puerta de casa una bolsa vacía de veneno para caracoles que supongo que fue la causa de la muerte del perro, mi colega jura y perjura que él jamás ha usado ese tipo de veneno, así que otro puto enigma que sumar a la ya larga lista…

Al crío le dijimos que a Beltza se lo había llevado mi primo a Pamplona.

Unas semanas después mi colega apareció con dos gatas pequeñas, el crío las llamó Diana y Manchitas, de esto ya publiqué fotos en su día, como ya he dicho antes y por experiencias anteriores, las hembras se van renovando en la manada.

Las gatas resultaron ser un soplo de aire fresco en nuestra vida, si yo subía, ellas también, si yo bajaba, ellas detrás, salíamos a pasear por el campo y venían detrás peinando la zona como si fueran leonas diminutas, jamás hubiera pensado que un gato se pudiera sacar a pasear por el monte, cazaban mogollón de ratones y siempre me los traían contribuyendo así a la economía familiar, comían del plato del Scooby, dormían conmigo en la cama…

Lo dicho, una auténtica Tribu

El 25 de diciembre (fun, fun, fun), vinieron mi colega con su mujer y su hijo, traían las sobras de la cena de nochebuena, cosas ricas como cordero y pescado, como siempre, volqué la comida en el plato del perro y me subí arriba de la casa.

A los pocos minutos apareció mi amigo corriendo y me dijo que bajara que el perro la había liado, cuando llegué a la calle Manchitas estaba en medio de la plaza en un charco de sangre con la cabeza en un ángulo imposible y el perro tumbado en un rincón con cara de culpable, de la comida y de Diana no había ni rastro.

Cogí la gata y la llevé a la parte de atrás de la casa cerca de la tumba de Beltza, estaba en estado de shock y no pensaba con claridad, así que otra vez volví a hacer de Iguana Oberlus y con la gata en alto y las manos chorreando sangre me cagué en todos los muertos de todos los dioses habidos y por haber, después entre lágrimas tiré la gata a unos zarzales porque no me podía arriesgar a que la viera el niño y le creara un trauma, (con el mío ya había suficiente), luego me fui a dar un largo paseo por el monte, cuando volví a casa con la sangre ya seca en las manos había tomado una decisión, mis días en aquel pueblo habían llegado a su fin.

Al crío le dijimos que Manchitas se había buscado novio y se había ido con él.

El 11 de enero empecé a trabajar en Huesca, atrás quedaban 14 meses de ermitaño en un pueblo perdido en medio de las montañas sin tfno., y sin vehículo, pero formando parte de una Tribu que jamás me falló, mentiría si digo que a menudo no echo de menos aquella comunión con la naturaleza y sobre todo, con los animales.

El siguiente fin de semana que subí Diana ya no estaba, supongo que corrió la misma suerte que las gallinas, acostumbrada a vivir con perros salió de expedición por el pueblo y esa fue su última vez, pero yo prefiero pensar que se echó novio y se fue con él a vivir en el monte…(que quieres, no puede uno estar todo el día despotricando contra un dios en el que no cree ¿no?).

Esta historia se la dedico a una amiga que sé que le va a gustar, aunque quizás le haga llorar un poco, (y también sonreir) pero no pasa nada porque las lágrimas te limpian los ojos y el alma, además ayudan a cerrar las heridas, por otra parte no se me ocurre mayor conexión entre dos personas que sonreir o llorar al leerse…

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Comentarios

  1. Ohhhhh un poquito de penita si que da … pero me he transportado a San Felices , muy bien escritor 👌👏👏👏

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