El Hombre Lobo.

 

Esta es una historia antigua que me he encontrado en el ordenador, me iba a poner a escribir pero me la he leído y me ha gustado, así que la voy a publicar, está escrita en San Felizes de Aguero en el 2014 ó 2015, espero que os guste a vosotros también …

Ayer os enseñé las fotos de la nueva casa donde voy a vivir, lo que no os dije es que el pueblo está abandonado, sólo hay un vecino y por lo que me han contado es un hombre gruñón y poco comunicativo, hoy hablando con un amigo hacíamos la broma de que el primer día que vaya a vivir subiré a su casa, llamaré a la puerta y sin mediar palabra le soltaré una hostia.

Luego le diré:

“Hasta ahora mandabas tú, (más que nada por que no había nadie más) pero ahora el jefe del pueblo soy yo”,

Marcar el territorio que se llama (luego mearé por todas las esquinas del pueblo para que quede claro).

Más de una amiga (y algún amigo) me preguntan a ver si no me da miedo vivir en un sitio tan recóndito, rodeado de bosques y animales (la propiedad está rodeada de un pastor eléctrico alimentado por placas solares para que no entren los zorros y los jabalíes, por no haber no hay ni cobertura en el móvil, pero la verdad es que no me da miedo, más bien creo que en un par de semanas las alimañas evitarán la zona por la cuenta que les trae…

Pero no siempre ha sido así, todos tenemos o hemos tenido nuestros miedos, y hoy os voy a contar una historia de terror, y además de las chungas…

Una historia de terror infantil.





Cuando yo nací mis padres vivían en la Plaza Santa Cecilia en el barrio de La Milagrosa, en Pamplona.

A los seis años nos trasladamos a Zizur Mayor, mi tío había montado una fábrica de textil y contrató a mi padre como guarda de la finca y mecánico de las máquinas de coser.

La fábrica se llamaba Corsetera del Norte, estaba al salir del pueblo en la carretera que lleva a Gazólaz, ahora aquella zona está llena de chalets, pero entonces todo alrededor era campo, (para que os situéis, por la parte de atrás a unos 200 metros en línea recta estaba la charca de zizur), es difícil de explicar como era, porque era muy grande y ni siquiera tengo una foto para enseñaros, pero lo voy a intentar…

La fachada era de unos 60 metros de largo, dividida en tres partes, nuestra casa, las oficinas y la casa de mi tío, en la puerta de nuestra casa había un jardín con dos sauces llorones y una palmera, en la parte de atrás de la fábrica había otro jardín con dos piscinas, (yo aprendí casi antes a nadar que a andar), la huerta de mi padre y otro jardín con una pajarera gigante de mi tío que se dedicaba a criar canarios, toda la propiedad estaba rodeada de una tapia con cristales rotos en la parte de arriba mezclados con el cemento.

En total yo calculo que la propiedad mediría no menos de 5000 m2, eso para un niño de 6 años es poco menos que un mundo.

Nuestra casa medía 300 m2, el pasillo medía 16 metros de largo, somos 8 hermanos y teníamos una habitación para cada dos hermanos, una para mis padres, el cuarto de jugar, el salón y tres baños, dos pequeños y el baño grande, que yo recuerde éste último no lo usó nunca nadie, estaba de decoración, igualico que los pisos de ahora, vamos.

Como ya os he contado alguna vez, yo estudié en El Redín y allí casi todos estaban podridos de pasta, pero cuando alguna vez llevaba a algún compañero de clase a mi casa, salían con la boca abierta, yo por supuesto les decía que todo aquello era mío.

La casa de mi tío era parecida, y las oficinas aproximadamente del doble de metros que las casas, así que estamos hablando de una planta de más de mil m2.

Exactamente la misma medida que tenía el desván que había arriba.

El desván estaba dividido en tres partes igual que lo de abajo, separado por muros y lleno de puertas misteriosas que jamás vi abiertas.

Una vez con siete u ocho años subí con mi padre y pasamos a la zona de encima de las oficinas y llegamos a un cuarto que se había acondicionado un primo mío de los mayores para estudiar.

Tenía las paredes decoradas con muchos carteles de películas, yo miraba todo con la boca abierta sin soltar para nada la mano de mi padre y entonces lo vi.

Era un cartel grande, como los de las carteleras de los cines, el dibujo era el de un hombre lobo con la boca abierta y los ojos rojos y de fondo una luna llena surcada por nubes, las letras eran de película de terror con sangre goteando por abajo y el texto decía:

EL HOMBRE LOBO

LOS QUE NO CREEN EN ÉL, SERÁN LOS PRIMEROS EN MORIR.

Aquello me dejó en estado de shock, se me subieron mis pequeños huevecillos de sieteañero a la garganta.

Mi padre estuvo hablando un rato con mi primo pero yo no oía nada, era incapaz de quitar la vista de aquel cartel.

Luego volvimos a nuestro desván y mi padre cerró la puerta que comunicaba con aquel cuarto con llave.

Aquella puerta nunca más la vi abierta, pero yo sabía que al otro lado, vigilando, estaba el cartel del hombre lobo.

En nuestra parte de desván no había nada, sólo las columnas que sujetaban el tejado.

En un rincón mi madre tenía la lavadora que usaba y al lado había otra que estaba estropeada tumbada sobre un lado dejando ver la parte de abajo, el motor y todo lo de dentro, al lado teníamos un colchón viejo donde solíamos subir mis hermanos y yo a leer por el día.

Un día mi padre aparecío con una gata pequeña metida en un saco, era salvaje y no había manera de echarle mano, así que la subió al desván y la soltó allí.

La pobre gata estaba tan asustada que se puso a correr por todos lados buscando una salida y al final acabó metiéndose en las tripas de la lavadora.

La llamamos Belinda.

Durante un tiempo no la volvimos a ver más que de refilón, cada vez que abríamos la puerta del desván se metía dentro de la lavadora, le subíamos comida y agua, mi hermano y yo nos tumbábamos en el colchón a leer y poco a poco fue saliendo y cogiendo confianza hasta que la domesticamos por completo y al tiempo ya andaba por toda la casa y por la calle.

Su sitio de dormir era el desván, mi madre todas las noches cuando nos íbamos a dormir nos gritaba:

“¿Habeis subido a la gata?”

“siiiiii”, le respondíamos nosotros.

Era mentira, la gata dormía una noche conmigo y la siguiente con mi hermano metida dentro de las sábanas, hasta que no sé cómo (chivatazo, creo) un día mi madre se enteró y venía a asegurarse de que la subíamos al desván.

Lo curioso del asunto es que el desván de día no daba miedo, pero por la noche la cosa cambiaba y mucho.

La escalera era larga, con dos rellanos y una ventana de esas con dibujos de paisajes, había muy poca luz y cada vez que me tocaba a mí subía abrazado a la gata y repitiendo mentalmente la misma frase:

“YO SI CREO, YO SI CREO, YO SI CREO, YO SI CREO”

Yo sí creo en el hombre lobo.

Como para no creer, no te jode, yo me imaginaba el puto cartel cobrando vida, atravesando la puerta misteriosa y esperando detrás de la puerta del desván para degollarme..

El peor momento era abrir la puerta y lanzar la gata para adentro, bajar las escaleras a toda hostia sin tocar apenas los escalones sintiendo el fétido aliento de la bestia en mi nuca.

Estuvimos 6 años viviendo allí, a veces conseguíamos engañar a mi madre y no subíamos la gata, pero normalmente ésta situación se repetía cada dos días (una noche mi hermano, otra yo)…no las he contado, pero eso son muchas noches de terror.

Un mal día mi tío vendió la fábrica y con 12 años nos fuimos a vivir a Barañain, pasaron los años y mis miedos infantiles dieron paso a los terrores de hacerse mayor.

Con 30 años yo trabajaba montando pladur, un verano estábamos rehabilitando las escuelas de la urbanización de Zizur y un día mi compañero Eduardo y yo fuimos a almorzar a un bar que había en la Casa Grande al principio del pueblo, durante el almuerzo le estuve contando que yo había vivido allí y antes de bajar a la obra lo llevé a enseñarle la fábrica.

Cuando llegamos la fábrica era un montón gigantesco de escombros, arriba del todo había una grua muy grande y en ese momento estaba derribando el balcón de lo que antaño fue nuestra habitación.

Yo me quedé agarrado a la valla con el corazón encogido contemplando como destruían lo único que quedaba de mi infancia.

Antes de irnos eché un último vistazo por el montón de escombros y movido por el aire entre unos papeles me pareció ver fugazmente unos ojos inyectados en sangre mirándome fijamente y una boca amenazante que me decía por última vez:

EL HOMBRE LOBO

LOS QUE NO CREEN EN ÉL, SERÁN LOS PRIMEROS EN MORIR.

Que tengáis felices sueños.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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